En Navidad, el horno se convierte en el corazón de la casa. Desde primera hora empieza a trabajar y no para hasta bien entrada la sobremesa. Asados largos, bandejas que entran y salen, precalentados encadenados…
Durante años asumí que eso significaba consumo disparado y poco margen de maniobra. Sin embargo, con el tiempo he ido ajustando pequeños hábitos que han reducido el gasto sin estropear ni el punto del asado ni el ritmo de la cocina.
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El precalentado justo, ni más ni menos
Uno de los primeros cambios fue revisar cómo usaba el precalentado. Tendemos a encender el horno con demasiada antelación “por si acaso”, y eso es tiempo de consumo que no siempre aporta algo.
Ahora lo enciendo cuando de verdad toca meter la bandeja, no antes. Si la receta pide precalentar, lo hago, pero sin márgenes exagerados. Ese ajuste tan simple reduce minutos de resistencia funcionando en vacío, que en días de uso intensivo se nota.
El ventilador como aliado, no como enemigo
Durante mucho tiempo evité el modo ventilador por miedo a que secara la comida. Error. En asados grandes o cuando hay varias bandejas, el ventilador ayuda a repartir mejor el calor y permite trabajar a menos temperatura manteniendo el mismo resultado.
En lugar de 200 °C sin ventilador, muchas veces basta con 180 °C con aire. El horno tarda menos en recuperar temperatura tras abrir la puerta y el tiempo total de cocción no se alarga. Menos grados sostenidos durante horas se traducen en menos consumo.
Calor combinado: aprovechar lo que ya está encendido
Otro punto clave ha sido usar calor superior e inferior combinado solo cuando tiene sentido. No todo necesita resistencias a pleno rendimiento durante toda la cocción. Muchos platos solo requieren ese empujón inicial y luego pueden mantenerse con un modo más suave.
Ajustar esto evita que el horno esté “empujando” calor de más cuando ya no hace falta. El resultado sigue siendo bueno, pero el horno trabaja con más cabeza.
Abrir menos la puerta cambia más de lo que parece
Cada vez que se abre la puerta, el horno pierde una cantidad enorme de calor. En comidas largas esto pasa constantemente: “a ver cómo va”, “le doy la vuelta”, “¿ya está dorado?”. Antes abría sin pensar; ahora soy mucho más consciente.
Uso la luz interior y el cristal siempre que puedo, dejando las comprobaciones para momentos concretos. Menos aperturas significa menos picos de consumo para recuperar temperatura y una cocción más estable.
Temporizadores y apagado anticipado
Otro hábito que marca la diferencia es apagar el horno unos minutos antes de lo que indica la receta. El calor residual sigue cocinando y, en platos grandes, esos últimos minutos no necesitan resistencia activa.
Aquí los temporizadores son clave. Programarlos bien evita despistes y sobrecocciones, y te permite aprovechar ese calor acumulado sin miedo.
Vigilar el horno desde el Galaxy (si hay conectividad)
En casas con hornos conectados, la diferencia es aún mayor. Poder vigilar tiempos y estado desde el Galaxy con SmartThings sin estar pegado a la cocina cambia la dinámica. No solo es comodidad: reduces aperturas innecesarias y evitas encender el horno “un poco más” por inseguridad.
Recibir avisos, ver cuánto queda o comprobar que todo sigue su curso desde el móvil ayuda a cocinar con más calma y menos impulsos.
Ninguno de estos ajustes arruina un asado ni complica la cocina. Son detalles que, sumados, hacen que el horno trabaje de forma más eficiente justo cuando más se le exige. En Navidad seguirá siendo el rey de la casa, pero al menos ya no lo hace a costa de disparar el consumo sin necesidad.
Imágenes | Samsung con edición, Xataka
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La noticia
Estos son los ajustes que hago para controlar el consumo eléctrico del horno sin dejar de disfrutar de un buen asado en Navidad
fue publicada originalmente en
Xataka Smart Home
por
Manuel Naranjo
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